Todo el mundo sabe ya que los libros de autoayuda tienen utilidad para una sola persona: su autor, que a consta de escribir una serie de obviedades y simplificaciones con un hilo narrativo atrayente y facilón para un público ávido y poco exigente, puede tener la suerte de acumular un buen dinerito y favorecer su contratación de charlas y la aparición en medios de comunicación para contar su fórmula del éxito, o de la felicidad o del vaya usted a saber qué.
Sin embargo, cada vez que pienso en un consejo sabio, certero y lleno de verdad, me acuerdo del inicio de Moby Dick. Después del famoso «Llamadme Ismael», Melville, a través de su narrador, escribe:
Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda.
Así que ya sabéis, amigos navegantes. Cuando vuestra alma se inunde de noviembres y de lluvias, cada vez que penséis que estáis muertos en vida, cada vez que todo vuestro ser se inunde de suspicacias e impulsividades, pensad en Ismael y haceos a la mar lo antes posible. Lo malo es que Ismael sabía perfectamente cuál era el mar que necesitaba. Vosotros tendréis que descubrirlo, ahora que todavía estáis a tiempo.
(Imagen de Christopher Michel)