Historias de alumnos: Omar, el alumno que pasó de hacer flexiones en clase a conseguir el sueño de que montase en un helicóptero

Como ya he dicho en alguna otra ocasión —y tendré que explicar alguna vez con detenimiento—, mi primer trabajo como profesor fue como docente de Educación Física. Daba clase en 1.º, 2.º y 3º de BUP (para los que desconocen el sistema antiguo, 3.º y 4.º de la ESO y 1.º de Bachillerato).

Tengo muchas historias divertidas de esa época y, en la clase de los pipiolos de 1.º de BUP, de 14 años, algunas memorables. Hoy contaré la historia de Omar.

Omar era el típico gamberrete simpático de la clase. Siempre estaba con una sonrisa de medio lado que delataba alguna travesura en el horizonte. La liaba siempre por detrás y, si podía, también por delante. No le gustaba mucho estudiar, pero, como suele ser habitual, le apasionaba el ejercicio físico y la práctica deportiva. Imaginaos el cóctel explosivo: la llegada de un profesor sin experiencia a una clase llena de chicos revoltosos entre los que emergía —siempre— Omar.

Omar no era un rompetallas en aquella época, pero tenía mucha fuerza y agilidad y estaba cuadrado. A mí me dio por llamarle de forma cariñosa «Cachas» (ahora quizás hubiese acabado en la cárcel o a trabajos forzados por poner ese mote a un alumno). La sonrisa de medio lado de Omar aumentaba hasta un grado extático de satisfacción cuando le llamaba así. Como digo, estaba siempre presto al chiste fácil, al enredo exento de maldad. Como me tenía harto, terminé por recurrir al recurso fácil: «Chachas, hazme diez flexiones». Tras protestas entre dientes que si yo no he hecho nada, es que me ha cogido manía, se inclinó para hacer fondos. «Joer, Omar, las has hecho perfectas. Hazme otras diez, anda».

Y así estuvimos los días siguientes, yo como gato pendiente de todos sus movimientos dispuesto a saltar, él como ratón atlético que esquivaba y vencía con su fuerza y su agilidad toda resistencia y cualquier tipo de autoridad que no fuese razonada. La conexión entre nosotros nunca fue tensa: simplemente, nos conformábamos a desempeñar nuestros roles de forma sobreactuada y nos lo pasábamos bien.

Tengo muchas cosas que contar de Omar, que tengo que dejar para otras entradas (la cosa da para mucho, ya que no fue este el único momento en el que le di clase ni EF la asignatura en la que me aguantó). Enlazo solamente con el título de la entrada: un día, muchísimos años después, recibo un sábado en mi casa una llamada a primerísima hora de la mañana. Cojo el teléfono medio dormido y alguien me está contando que está en Villafría en una exhibición de helicópteros del ejército, que si me voy a hacerle una visita. Yo no procesaba la información hasta que, a la pregunta de pero quién cojones eres, me repite que soy Omar. Empiezo a atar cabos y me acuerdo de que había ingresado en el ejército. Dos horas después, me planto en lo que todavía era aeródromo (ahora —lo digo para los que no son de Burgos— es un intento de aeropuerto) y le veo impecable con su uniforme de faena y su boina de medio lado. La misma media sonrisa en su cara pícara. Nos damos un abrazo y me cuenta, orgulloso, que se ocupa de las telecomunicaciones en la división de helicópteros y que había pensado en mí. Yo le digo joder, cachas, qué bien te vinieron aquellas flexiones, tienes una pinta estupenda. Él me va enseñando cosas relacionadas con su trabajo, me va presentando a compañeros suyos y a alguno de sus mandos. Lo hace con orgullo, lo que dobla el afecto que siento por él (los dos éramos perfectamente conscientes de esa admiración mutua sostenida durante años). Cinco minutos después, me subo con él a un helicóptero imponente y pienso: «La de vueltas que da la vida».

Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para no revelar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos más matices. Imagen de Manuel Scheikl.

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