Hoy voy a hablar de películas

Gladiator

Ayer descansé. Quiero decir que descansé de escribir entradas en Verba volant, no que descansase de verdad. En realidad, fue un día ajetreado, triste. Inmerso en el estudio de las ficciones, cuando aterrizas en la realidad te das cuenta de que estás en un gran auto sacramental. Devoto como soy de las comedias de nuestro barroco, no alcanzaba yo a ver las alegorías de Calderón y sus personajes. Quizás los autos sacramentales tengan razón y los seres reales con nombres y apellidos no sean más que trasuntos, prototipos, concreciones de unos personajes bien delineados, bien definidos.

Pese a mi natural tendencia a enrollarme, hoy intentaré ser breve. Voy a hablar de películas. O, mejor de una película: Gladiator. Cuando un director ha tenido entre su producción algunas obras maestras indiscutibles (Los duelistas, Blade Runner, Alien, Thelma y Louise, nada menos), puede perdonársele haber tenido unos cuantos fiascos. Gladiator es una obra sublime. No voy a detenerme en un análisis de la narración cinematográfica ni en la batalla inicial, una de las mejores filmaciones de rifirrafes bélicos. Hoy voy a detener mis palabras en Máximo. Máximo Décimo Meridio, un hombre que dedicaba todos sus esfuerzos a defender lo suyo con toda su capacidad, con toda su valentía, lo que viene a ser el equivalente de decir que intentaba realizar su trabajo de la forma más brillante, pensando siempre en el emperador (Marco Aurelio), en su patria (Roma) y en su familia. El argumento es tan conocido como la historia de la humanidad: confianza, rivalidad, traición y muchas cosas más. Después de esquivar el asesinato rastrero,  se ve obligado a seguir batallando en las arenas, defendiendo ahora su vida en aras del espectáculo, pensando ahora en sobrevivir con el único hálito de poder encontrar la paz interior. «La muerte nos sonríe a todos, así que devolvámosle la sonrisa». Y, como hacía Máximo para animar a los legionarios, una última frase: «¡Fuerza y Honor!». O, lo que es lo mismo, la máxima expresión de que los autos sacramentales eran trasunto de la vida. O, lo que es lo mismo, la máxima expresión de que las películas -aunque sean de romanos- explican el mundo.

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