Por culpa de los Pet Shop Boys se llega a su gran culpa

manosyagua

Me ha gustado siempre un fragmento del «Yo confieso», ese en el que todos los fieles entonan el «Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa», una repetición intensificada con la que se arrepienten de sus pecados acompañando sus palabras con unos toques en el pecho. Lo recordaba hoy, cuando estaba escuchando Super, el último disco de los Pet Shop Boys, un grupo al que siempre vuelvo. Me gusta esa mezcla de música electrónica y voz dulce. Guardo muchos buenos recuerdos y ahora el modo aleatorio de canciones de este dúo me ha devuelto «It’s a Sin» que gira, obviamente, a este pasaje y al concepto de pecado. Todo lo que deseaba hacer, todo lo que he hecho, todo lo que hago es pecado. No importa dónde, cuándo o con quién. Obviamente, cuando uno escucha la canción, se pone de parte del pecador. Porque los golpecitos en el pecho de los penitentes nunca son demasiado fuertes y ese coro de voces suena demasiado ceremonioso, un momento de de reconocimiento de que se volverá a caer. Una excusa de domingo para reconocer que, en el fondo, todos somos imperfectos. Lo que pasa es que la perspectiva del pecador es la del que se siente expulsado del paraíso y la perspectiva de los fieles es la de la que, pese a todo, saben que siempre les espera el edén. No he podido evitar acordarme de la escena de Blade Runner en la que Roy, obviamente, es el hijo pródigo y Tyrell es el padre. Lo que pasa es que la vida pasa y la película también. Y es inevitable darle un giro nietzscheano a la película y a la vida. Y lo que parece una cosa es otra y el mayor de los pecadores, aquel que se enfrenta con Dios puede llegar a salvar. No a la Humanidad, que es muy grande, sino a un Humano. Humano, demasiado humano. Que quizá no lo sea. Y no será por su culpa, por su culpa. Por su gran culpa. Porque es pecado.

Imagen de Courtney Carmody.

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