¿Cómo medir la calidad de una obra artística? Esta es una pregunta imposible de responder. Cada vez que alguien se ha propuesto «medir» de algún modo una obra artística se ha metido en un jardín teórico que se ha convertido en laberinto y del que no ha podido salir. Los aficionados al cine recordarán la escena de El club de los poetas muertos en la que el profesor Keating desbroza irónicamente y luego destroza la teoría de Evans Pritchard (en vídeo aquí) con la que medir la calidad literaria de una poesía por medio de una gráfica en la que se juega con las variables de la perfección y la importancia. Convengamos, por lo tanto, que cualquier intento de medir la calidad artística de la obra es mera aproximación.
Por otro lado, tendríamos la opinión opuesta, la de los que piensan que la calidad artística es una ponderación totalmente subjetiva. Que cada individuo es soberano no solo sobre sus preferencias, sino también sobre cualquier canon establecido por críticos y eruditos.
En suma: ¿los estudiosos e intelectuales, los especialistas en sus respectivos campos artísticos son dignos de algún tipo crédito o el juicio sobre las obras es variable y relativo también por encima de ellos?
No tengo ninguna pretensión –hoy, aquí– de meterme en ese debate, pero sí quiero hacer una breve reflexión en torno a un caso concreto. Mi alabado portal IMDb, que se ha convertido para mí en una pequeña obsesión y un gran pasatiempo que me sirve para rastrear datos, buscar curiosidades, establecer comparaciones o añadir detalles a mi pasión por el arte cinematográfico, que ahora no se acaba en las películas sino que se prolonga en las series televisivas. IMDb, además de ser una base de datos que pone a nuestro alcance cualquier pormenor de esas películas y series, con sus actores, directores, etc., también establece una clasificación de las mejores películas de la historia del cine en función de los votos que recibe de los visitantes registrados de su página.
De esa lista de 250 películas, que cambia de un día a otro según vayan valorando los aficionados, se sacan varias conclusiones. Yo voy a subrayar en esta entrada tres. La primera, muy obvia, lo discutido y discutible de alguna de las inclusiones y exclusiones de la lista. La segunda, también elemental, que parece que las personas votan en función, claro está, de sus conocimientos; y parece que los escasos conocimientos del cine clásico (la edad puede que sea un factor determinante) hacen que algunas de las mayores creaciones de la ficción cinematográfica no aparezcan en lugares relevantes.
Pero hoy quiero detenerme en un tercer aspecto, no tan obvio: las calificaciones. Ayer, de entre esas 250 películas, solo 6 brillaban con una nota superior a 9. Hoy, al consultarla para escribir esta entrada, son solo 4 (Cadena perpetua, El Padrino, El Padrino II y El caballero oscuro) [la última consulta las ha reducido a las tres primeras]. Las últimas de la lista tienen una nota de 8. Y ahora viene mi pregunta: ¿cómo es posible que, entre las mejores películas, solo haya tres «de sobresaliente» y el resto sean notables, aunque sean «altos»? En mis tiempos de enseñanza en Bachillerato, solía preguntar a los alumnos por la calificación de algún poema magistral de Garcilaso, de Góngora, de Quevedo, de Cernuda, de Lorca… Era muy complicado que pusiesen una nota superior al 8. En una escala tan corta como la decimal, al margen de cualquier otra cuestión, se nota una falta de criterio. Si no hay poemas, novelas, cuadros, películas, fotografías, «de 10», ¿que espacio queda para la excelencia?
No sé si necesitamos críticos y especialistas. Yo, sinceramente, creo que sí. Pero lo que sí necesitamos ineludiblemente es que los aficionados a las diferentes manifestaciones artísticas tengan un criterio para valorar y, aunque sea al margen de baremos y notas, sepan poner las obras en su sitio. En el sitio que deben de tener en la historia. Para valorar. Para valorarnos.
(Imagen de Adam Foster.)
Read More
Comentarios recientes