Luis ha salido de trabajar y ha entrado en la estación de metro. Nada más bajar las escaleras y enfilar el primer pasillo, ha tenido una sensación extraña: tan solo tres personas en una estación del centro y en hora punta. Cuando ha girado hacia la izquierda para coger la línea que le dejaría cerca de su casa, Luis se ha encontrado totalmente solo. Al llegar al andén, un panel indicaba que el metro tardaría todavía cuatro minutos y cuarenta segundos. Luis se ha puesto a mirar el plano con las líneas que ya conoce de memoria y ha contemplado los anuncios de un espectáculo musical.
El metro, al fin, ha llegado y Luis, dudando, ha entrado por la puerta de la derecha. Se ha sentado en uno de los asientos libres. En frente, una mujer y su hijo, de unos cuatro años, con las rodillas peladas y tomando un helado con las manos invadidas ya de chocolate y vainilla. Justo al lado de Luis, una mujer leyendo, con la pierna izquierda subida y apoyada en el asiento en una postura extraña. Sandalias blancas, cómodas, pedicura cuidada que contrasta con su aspecto informal. Sin poder evitarlo, Luis mira el libro que tiene en sus manos. Una sensación rara inunda su ánimo. Proust, El tiempo recobrado. Es justo el último volumen de la novela (En busca del tiempo perdido) que él empezó a leer ayer por la noche, Del lado de los Swann. Esa noche, Luis no pudo conciliar el sueño: la prosa larga y una amargura que le conectaba con todos los miedos de su infancia. La mujer baja la pierna y sube la otra, en un movimiento extrañamente sincopado. Pasa página y, con un lapicero, subraya una frase. Luis no puede evitar seguir conectado con ella, invadiendo la intimidad de la lectora. La megafonía a del tren señala la próxima estación y la muchacha, en la parte superior de la página, escribe de forma rápida pero elefante una frase: «No evites nunca caer en la locura «. El metro frena para entrar en el andén y la chica, antes de levantarse, mira a Luis y sonríe. Luis la sigue con la mirada hasta que sale sosteniendo el libro en su regazo. Las puertas se cierran y el tren sale. Sus ojos marrones eran sorprendentemente claros.
(Imagen «Simetría fallida». Esta entrada es el fragmento número 49 de la serie Fragmentos para una teoría del caos.)