Historias de alumnos: el chico que pasó de durar 30 segundos en mi clase a pasar a ser uno de los imprescindibles

La historia de hoy trata de Alfonso. Bueno, mejor vamos a llamarle Fonsi, hipocorístico que ahora se asocia a una canción de consecuencias nefastas para la historia de la música, pero que encaja en esta entrada como anillo al dedo. Porque jamás llamé Alfonso a Fonsi, ni en los momentos relajados ni en los serios. Todavía no sabía la razón, pero la he adivinado cuando he pensado en esta entrada.

Era el segundo curso que impartía clase de Lengua y Literatura Castellana en 3.º de la ESO y esa sección A que me llegaba ahora era famosa ya por su trayectoria. ¿No habéis oído esa expresión de «Es una clase muy buena académica, pero muy revoltosa y habladora»? Pues eso es lo que escuché yo a mis compañeros cuando hablaban de la clase de marras. Siempre he procurado no hacer ni puñetero caso a esas valoraciones del grupo o de los individuos. Son tantas ocasiones con las que me esperaba una cosa y me he encontrado la otra (para mal, para bien), que siempre prefería comprobarlo con mis propios ojos cuando llegase el momento. Eso sí, me acuerdo que una compañera dijo «Y ese Alfonso, qué pesado es, siempre de broma e intentando liarla» y, no sé por qué, me quedé con la copla.

Llegué a clase, me presenté, dije alguna parida —imagino que diría alguna, lo contrario me habría extrañado— y, de inmediato, Fonsi dijo algo a media voz con una sonrisilla que es difícil de olvidar. Y yo contraataqué con un «Fonsi, fuera de clase».

La cosa, en forma de diálogo, sería más o menos así:

—Fonsi, fuera de clase.
—Pero si no he hecho nada.
—Precisamente por eso, Fonsi. Fuera de clase.
—Es injusto, me has cogido manía y no sé por qué.
—En efecto, Fonsi, te he cogido manía y no sé por qué. Fuera de clase.

Y Fonsi puso rumbo a la puerta cabeceando, rezando en voy baja algo referente a las injusticias de este mundo, pero esbozando esa sonrisa de pillete que le ha caracterizado y todavía le caracteriza. Toda la clase reaccionó con bromas dedicadas a Fonsi, que mientras se iba, tuvo que escuchar: «Te ha calado a la primera», «Hala, ya tienes la primera anécdota del año para contar en casa» y otras muchas cosas más.

Frente a esa expulsión, hay que decir varias cosas. La primera, que era auténticamente extraño que yo expulsase a un alumno. La segunda, que fue una expulsión que procedió del instinto y no estaba basada en nada racional, ni siquiera en nada mínimamente justificado. Y, ahora que lo pienso, también hay una tercera. Creo recordar que ese año entró un nuevo director en el centro que dijo que no se podía expulsar a nadie, que estaba prohibido. No añadiré nada más, pero sí creo necesario subrayar que Fonsi no fue, de ningún modo, una cabeza de turco que emplease yo contra el sistema. Y fue una expulsión que no figuró nunca en el parte correspondiente.

Di esa clase de forma normal y relajada y, al día siguiente, tocó dar clase de nuevo en 3.º A. Fonsi iba a decir algo a su compañera de atrás, y yo le dije: «Fonsi, no te vuelvas y cállate, anda». «Que no me llames Fonsi, que me llamo Alfonso. Y no estaba hablando». A lo que yo le dije: «Vale, Fonsi, lo que tú digas, pero cállate, anda». Se lo dije en un tono neutro que podía querer decir tanto «Te vas a volver a ir de clase cagando leches» como «¿No ves que te estoy vacilando un poco?». Fonsi, que de tonto no tenía un pelo, entendió perfectamente que se trataba de la segunda opción y con ella nos movimos de forma relajada hasta que acabó 2.º de BACH.

Pero, por muy gracioso que fuese, la historia de la expulsión de Fonsi no puede alcanzar aquí su grado máximo de explicación. El contexto, la situación, el juego que nos dio a lo largo de todos los años, van mucho más allá de lo que cuento aquí.

Como ya viene siendo frecuente en estas historias, hay muchas cosas más que contar de Fonsi a lo largo de esos años de instituto. Porque Fonsi estaba en una clase muy importante para mí (en la que estaba, por cierto, el chico que llevaba siempre demasiado limpios los zapatos) y otros muchos que tendrán su historia de forma más que merecida.

La historia final que voy a contar de Fonsi tiene que ver con un día de despedida. Antes de la fiesta de despedida de los alumnos en el instituto (esa que yo, siempre que fui coordinador o tutor me negué siempre a llamar «Fiesta de graduación» porque no era tal y porque para mí siempre fue más importante en estos actos lo personal que lo académico), tenía la costumbre durante unos años de llevarles a una zona de campo cercana al centro. En una de las horas de tutoría, ya próximos los exámenes finales, nos sentábamos entre la hierba y les explicaba que, además de ese momento de fiesta en la que iban a estar también sus familiares, en el que se dirían discursos y palabras protocolarias, este, probablemente, iba a ser el último momento que iban a coincidir todos. Que se prometerían mil y una quedadas a las que asistirían unos pocos. Que la vida les haría estar aquí y allá, a veces a miles de kilómetros de distancia. Que las vidas, lo mismo que se encuentran, se separan de forma más o menos inexorable. Aunque algunos de ellos sean amigos de siempre, no siempre iban a estar todos. Así que era el momento de que, el que lo quisiera, hablase de cualquier anécdota, que contase algo divertido que había ocurrido en el transcurso de esos años…

En esas intervenciones, se iba saltando de lo trascendental a lo intrascendente (que, en estos casos, a veces es lo más importante) y, entre bromas y algún ataque de timidez, se iban deshilando palabras preciosas de despedida, de recuerdo de los mejores momentos. Lo teníamos fácil, porque muchos pudimos decir «Siempre nos quedará París». Fonsi comentó, claro está, ese momento en el que fue expulsado nada más entrar en clase, entre las risas de todos. Porque todos ellos sabían que Fonsi era un tipo fundamental y excepcional, divertido y poco convencional, arisco en su misma calidez no siempre reconocida. Cuando nos levantamos y nos íbamos a marcharnos, Fonsi me dijo unas palabras, entre susurros, que yo nunca podré olvidar.

Ahora Fonsi y yo intercambiamos, de vez en cuando, algún guasap relacionado con algún burgalés que dice que hace rap y hace, simplemente, el payaso. Pero eso, quizás, sea otra historia.

Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para no revelar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos más matices. Imagen de The Naked Ape.

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