Historias de alumnos. La estación de paso

Tengo pendientes muchas historias de alumnos. Han tenido tanto éxito que me abrumaba el número de personas que esperaban a que llegase su historia. Creo que soy muy injusto postergando tanto la escritura y, casi con total seguridad, volveré sobre estas historias que me abren la ventana del recuerdo.

De hecho, escribo estas líneas porque una de las historia s que tengo pendientes se refiere a una alumna con la que me encontré el otro día en un avión hacia Londres. Explicaré los detalles cuando hable de ella. Baste decir que, a los pocos días, me mandó un wasap en el que adjuntaba un artículo que escribí en un periódico de Burgos. Se trata de un texto que compuse para ellos, un grupo de estudiantes fabuloso con el que aprendí todos los días. Leí, lleno de emoción, esas palabras en clase. Es este:

Esta maƱana he dado la Ćŗltima clase de Literatura a mis alumnos de COU. No serĆ” mi Ćŗltima clase de Literatura. pero sĆ­ la Ćŗltima para ellos. Y cuando me he despedido, les he contado la historia de la estación de paso. 

ImagĆ­nese el lector una estación de ferrocarril modesta y pequeƱa. Una estación que, si del viajero dependiera, no existirĆ­a, pues sirve tan sólo para enlazar un tren con otro en un transbordo necesario. El trabajo de los ferroviarios de esta estación es el mismo que en Atocha o ChamartĆ­n, aunque (eso si), mĆ”s modesto. Hay en esa estación gran-des letreros con los horarios de entradas y salidas, un empleado en taquilla que expende los billetes, un mozo de equipajes, empleados de circulación, un jefe de estación… Es esta una estación anodina a la que los pasajeros llegan a regaƱadientes. Una estación en la que muchos de ellos mirarĆ”n insistentemente el reloj esperando ese tren que parece no llegar nunca. Una estación que, a unos pocos se les antojarĆ” una estación pintoresca, y en la que no les importarĆ”, si tienen tiempo pasear lentamente por el andĆ©n disfrutando del olor de los Ć”rboles cercanos y de la abarullada calma propia de estos lugares. Alguno, incluso, se enamorarĆ” durante diez minutos de esa mujer a la que no volverĆ” a ver jamĆ”s. Otros, por Ćŗltimo, se afanarĆ”n por encerrarse en la lectura de un libro o intentarĆ”n estudiar profundamente un informe de su empresa interrogando a los cielos por quĆ© ese balance no cuadra. 

Esta estación es un microcosmos en el que hay viajeros que protestan, empleados descontentos con su trabajo, futuros pasajeros de paciencia infinita, ferroviarios con vocación autĆ©ntica, personas que pasaban por allĆ­ para matar su tiempo sombrĆ­o, gente, en fin, a la que le gusta contemplar cómo se alejan los trenes (o disfrutar extĆ”ticamente de su llegada). 

Algunos (pasajeros y empleados) cometen un error tremendo, y piensan que ese lugar intermedio es la meta: y, en cierta medida, pretenden ignorar que existe un final. No quieren creer que el tren, con mĆ”s o menos retraso, siempre llega. No quieren reconocer que, aunque prometan regresar, nunca mĆ”s volverĆ”n ya a coger ese tren que les conduce a un destino irrepetible y Ćŗnico. En el fondo, ansĆ­an nadar en el perpetuo olvido del presente. Los viaje-ros siempre pasan y, aunque hubiesen llegado a fumar un cigarrillo y conversar con el ferroviario de turno, cuando el tren entra por la vĆ­a primera y el altavoz anuncia su salida, se despiden atolondradamente, pronuncian un fugaz Ā”Hasta la próxima! Y se marchan. Mientras, al factor de circulación no le queda mĆ”s remedio que ponerse la gorra. levantar el banderĆ­n y tocar el silba-to para que continĆŗe el futuro. Aunque sepa que, hoy. la estación se quedar vacĆ­a. Aunque sepa que maƱana vendrĆ”n otros. 

Hoy les he contado esta pequeƱa historia a mis alumnos de Literatura de COU en la que serĆ­a su Ćŗltima clase. PretendĆ­a con ello marcar de alegorĆ­a y pretencioso ingenio nuestro adiós mutuo. Una profunda tristeza me obligó a narrar demasiado deprisa. Un ‘vacĆ­o que iba vaciando mi garganta para plasmar-se en mis ojos me obligó a no decir-les lo que ahora les digo. Que a muchos de ellos les quise y les quiero. Que tengan suerte y la vida les trate dignamente. Que les echan! de menos. Que hoy, como un tonto. me quedĆ© con la gorra y el banderĆ­n dando la salida a un tren desde esta estación de paso. 

Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para no revelar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos mÔs matices. El artículo apareció en Burgos Siglo XXI el 14 de junio de 1999. La imagen es de Mariano Mantel.

2 comentarios en “Historias de alumnos. La estación de paso”

    1. Gracias, Magda. Tengo previsto retomar las historias. A ver si el trabajo me da un respiro y me pongo. ”Hay tantas cosas interesantes que contar, hay tantas personas interesantes a las que he tenido la suerte de conocer!

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