En ocasiones, la casualidad es un itinerario del destino. O puede que no, que la casualidad sea solo un marco en el que se engloban circunstancias para las que no encontramos, al principio, una justificación plausible. Y creo que esto es lo que ocurre con la alumna que tenía pájaros en la cabeza.
Para que se entienda mejor el párrafo anterior, he de ponerlo en contexto. Desde hace unos años, imparto unas cuantas asignaturas de grado y de máster en línea. Y sucede que, sobre todo en el grado, me encuentro con estudiantes de la índole más variada. Son muchos los que hacen este grado por placer, porque el destino les llevó en el pasado a hacer otra cosa, porque quieren completar una formación más redonda. Y me he encontrado con personas de lo más variado de la fauna humana. Algunos profesores de primaria, secundaria o de universidad con gran experiencia en sus respectivos campos de especialidad, personas con un doctorado (o dos), estudiantes que lo han sido ya de no-sé-cuántas licenciaturas o grados. Científicos, repartidores, escritores, electricistas, periodistas y comunicadores, políticos, guías turísticos, filólogos, restauradores (de arte y de comida)… Todos ellos, todas ellas, con unas experiencias y vivencias que enriquecen la manera de enfocar las asignaturas y, en el aspecto más egoísta, me enriquecen a mí. Me hacen aprender y mejorar. Son tan benevolentes que intentan disimular y no ponen en evidencia un síndrome del impostor que padezco y evidencio.
Las materias que yo hago como que enseño y en las que aprendo suelen tener unos seminarios optativos de carácter semanal en el que compartimos y explicamos cuestiones esenciales, ponemos ejemplos, resolvemos dudas. Aunque virtuales, son encuentros «cara a cara» en el que, con el tiempo, se van estableciendo lazos (más o menos) profundos.
Pero hablemos de Julia. Julia fue mi alumna hace unos años. Pertenecía a una promoción fantástica y muy implicada en los seminarios de los que acabo de hablar. Antes de conocerla por lo que decía, todos los asistentes tuvimos la ocasión de comprobar que tenía pájaros en la cabeza… literalmente. Bueno, quizás no eran pájaros, sino pájaro. No voy a decir que a mí me parecía un periquito por si Julia llega a leer esto. Seguro que no lo es y ella se enfada un poco debido a mi ignorancia ornitológica. El caso es que se crearon, desde el principio, secuencias hipnóticas en las que las palabras aleteaban al ritmo de ese pájaro precioso de colores intensos. Lo de los colores intensos no lo sé, quizás es una trampa de la memoria.
Las personas que tienen pájaros en la cabeza no pueden ser, obviamente, personas normales. Y esto lo digo con todo el respeto hacia las personas que no son normales. Simplemente, no son convencionales y, precisamente por esa razón, enfocan las cosas y la vida desde un ángulo distinto.
Me enteré con el tiempo que Julia tenía como oficio las palabras. También literalmente. Julia es escritora. También con el tiempo, fui comprobando la exigencia que tenía para escribir tal palabra, ese enunciado, aquel texto. No valían excusas ni sinónimos ni atajos. Así en Juan Ramón: «Intelijencia, dame / el nombre exacto de las cosas».
Como la asignatura es de ámbito lingüístico y trata de usos, de contextos, de actos en los que se tienen intenciones, se comunica, se infiere y se presupone, la profesión de Julia se entrecruzó pronto (y creo que para siempre) con su oficio y su trabajo. No hay nada mejor —o nada peor— que una reflexión a mayores sobre lo que se hace y sobre lo que se ama. Y, de forma inevitable, Julia y yo empezamos a comunicarnos por correo para hablar de eso que nos apasiona.
Uno de los momentos apasionantes tuvo lugar cuando estaba leyendo un libro suyo. Tildaba a uno de los personajes de «bodoque». Y yo encontré la palabra precisa, que no recuerdo haber visto antes por escrito, empleada por mi padre decenas y decenas de veces. Le pregunté y supe que «bodoque» no era un azar, sino una elección, la única posible entre alternativas desterradas porque no servían al propósito. Eso es tener un oficio como dios manda y desempeñarlo de manera excelente.
Y, más adelante, fui descubriendo a través de sus palabras esa cabeza llena de pájaros, que no tiene nada que ver con la concepción que tenemos de persona idealista y no aterrizado. O quizás sí que tenga que ver, siempre que estar en tierra signifique estar pegado siempre a algo seguro y fijo sin atreverse a experimentar, a soñar, a ver desde más arriba, desde un lado y desde el otro. Porque Julia tiene las palabras como instrumento para contar historias (literalmente), para contar vidas sujetas a circunstancias injustas y difíciles (literalmente). A veces, para contar y retratar el lado más oscuro de nuestras existencias pasadas y presentes. Literalmente
Las palabras vuelan y los pájaros, a veces, tienen una cabeza para sembrar los sueños y las pesadillas con imágenes. No siempre es fácil, pero (a veces) es bello. Lo mismo que los azares del destino.
Esta entrada pertenece a la serie Historias de alumnos. Para salvaguardar las identidades, los nombres no son los reales y puede que se cambien algunas circunstancias contextuales, si ello es necesario para no revelar el secreto profesional. También es conveniente recordar que, como puede suponerse, las historias se cuentan aquí de una manera resumida y que, en la vida real, tuvieron muchos más matices. La imagen ha sido tomada de una página web de un profesional de la traducción.
Que placer leerte! Me encantaría leerla a ella también, suena a que sabe lo que se hace 😉
Es una suerte, bien lo sabes, que la docencia me haya dado la oportunidad de conocer a personas excepcionales.