Helena siente la vida a través de las pantallas y de las ficciones

Helena ha encendido la televisión, se ha desplazado por el menú de HBO y se ha inyectado en vena los tres últimos capítulos de la serie basada en el libro de Elena Ferrante. Ha seguido con pasión las peripecias de Elena y Raffaella. Ponerse delante de la pantalla no solamente se limita vivir toda esta historia, que le resulta apasionante, sino una manera de escribir, ella misma, con el poder de las imágenes las palabras que habitan en el corazón. A Helena le gusta compartir el nombre con Elena Greco y con ese misterio que ronda tras el seudónimo de Elena Ferrante. Y le gusta todavía que el suyo tenga una letra más, aunque sea muda. Desde luego, no es insignificante.

Son las siete y media de la tarde de un martes. Helena tiene una montaña de trabajo pendiente. Tareas y tareas acumuladas en esa trampa interminable de un trabajo que es presencial y virtual y eterno. Su casa es una extensión ya pública de lo privado, su cámara y el micro un hábito. Helena disfraza su hábitat con un fondo de pantalla luminoso, blanco, elegante, con un toque provisional. Entra ahora en una reunión de las que antes se programaba solamente por las mañanas y ahora brota a cualquier hora. Le han prometido que será corta. Se pone un jersey rojo con manga francesa que le aporta contraste con el fondo blanco y seguridad.

Helena intenta estar atenta, pero se distrae con facilidad. Ahora mismo, se fija en la manera compulsiva de mover la cabeza de Raquel, su compañera de proyecto. Antes ha intentado averiguar el simbolismo del cuadro de David, la persona encargada de las redes sociales. Helena siente envidia de los que están mirándola a ella porque miran a la cámara. Ella es incapaz de fijar sus ojos en ese pequeño agujerito y siempre tiene la mirada un poco más abajo, en el vaivén de la existencia de los demás, que le interesa poco, pero que hace que la espera hacia el final sea más amena.

La reunión, en efecto, ha acabado pronto. Después de treinta y cinco minutos de objetivos, proyectos y balances, Helena se refugia en un libro. Durante las vacaciones, su vida ha sido la de Pablo y Raluca en La buena suerte. La de Elvira Lindo con el corazón abierto hacia la historia familiar que es, de algún modo, la historia que rastrea el pasado de todos. La escapada de Nat a una vida en el campo que no es una huida, sino una aproximación en Un amor. El paseo por los infiernos Delparaíso y los misterios del antes y del después de las existencias que son explosiones en las que, a veces, desaparece todo menos uno —una misma, siente Helena—, como en Rewind.

Víctima de la ficción de la serie de HBO, Helena se sienta en el sofá blanco inmaculado, como el fondo del escritorio virtual. Solamente los visitantes más observadores notarán una mancha fruto de una merienda familiar apresurada. Ahora apresa con sus manos La vida mentirosa de los adultos para sentir la adolescencia en las carnes de Giovanna y conocer cuáles son los límites del destino.

Esta entrada pertenece a la serie Fragmentos para una teoría del caos, que vuelve después de más de un año. La imagen es un detalle de la portada de la última novela de Elena Ferrante.

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