Una agitada mezcla de lo personal y lo general en torno al 11-M

 

Para contar lo que supuso para mí el 11 de marzo de 2004 tengo, necesariamente, que partir del día anterior. El día 10 de de marzo de 2004 acudí al médico: llevaba unos cuantos días cansadísimo, sin ganas de comer y con unos picores tremendos por todo el cuerpo. La madrugada de ese día, me encontraba en la orilla del río sacando de paseo al perro. Estaba tan cansado con el esfuerzo de andar unos pocos metros que me puse a llorar desconsoladamente.

En la consulta, una hora más tarde, la médico empezó a anotar mis síntomas. Se levantó. Me miró la cara y los ojos y me dijo: «Estás amarillo». Acto seguido, me dio un informe para los médicos de urgencias y me dijo que aprovechase para pasar por casa y coger unas cuantas cosas porque iba a pasar unos cuantos días en el hospital.

En urgencias me hicieron unas cuantas pruebas. Me dijeron que tenía algo que ver con el hígado y que, como estaba previsto, me tenían que realizar más pruebas ya hospitalizado. Acto seguido, fueron llegando más médicos. La primera entrevista, ya en planta, duró más de una hora. Noté que mi vida empezada a ser diseccionada pregunta tras pregunta. Se descartaba una hepatitis vírica y todo apuntaba a algo peor. El rastreo por todas las pruebas en los análisis indicaba algo sumamente anormal, con niveles de bilirrubina tan disparados que asustaban. Al final de todo, parece que el diagnóstico se inclinaba por una hepatitis tóxica causada por medicamentos. Varios días más tarde descubriría que era uno de los pocos gilipollas a los que algún medicamento le podía destrozar el hígado. No se podía hacer más que esperar. Esa misma tarde, tuve una pausada conversación con el médico que me presentó de forma suave y delicada un complicadísimo panorama de posibilidades. Desde ese momento, decidí que solo yo iba a tener una información totalmente directa de todos los pormenores. Solo otra persona de mi entorno llegó a hablar con el médico directamente (y tengo que estar eternamente agradecido por todo el interés mostrado), pero asumí de forma consciente que yo mismo me iba a encargar de filtrar todas las informaciones y que yo también iba a ser el que recibiría las noticias (y posibles decisiones) de forma directa.

A eso de las ocho de la tarde del día 10 de marzo de 2004, volvía a la habitación con un panorama vital totalmente diferente. Tan diferente como para mirar a la vida con otros ojos. Desde el 20 de noviembre de 2003, día en el que defendí la tesis doctoral y tras el cual pensaba dar nuevos impulsos a mi vida, me había encontrado en un sueño en el que todo iba bien. Muy pocos meses después, me encontraba con el dolor, la desesperación, la incertidumbre. Después de cenar, fui incapaz de leer ni una línea. Me acosté en una cama de colchón fluctuante e incómodo y tardé una eternidad en dormirme, en plena divagación mental en torno a lo que podría no ser el futuro. El picor extremo (e interno) me impulsaba a rascarme haciéndome heridas.

Al final, el cansancio venció al miedo. Dormí unas pocas horas.  Al despertar, el revuelo de los análisis de sangre, del desayuno, de la toma de tensión y la temperatura. Encendí la radio. Y comprendí que los desastres, en este mundo, son una suma de desgracias personales.  Solo los minutos, las horas, los días me demostraron hasta qué punto.

(Imagen de Vandalised.)

2 comentarios en “Una agitada mezcla de lo personal y lo general en torno al 11-M”

  1. Pues ahí quería llegar, Merche: el sufrimiento individual era tan fuerte que no me permitió digerir la tragedia hasta mucho más tarde. No era egoísmo: para que te hagas una idea, tenía las piernas en carne viva.

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